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Artículo de opinión

Publicado en el diario de Ibiza, escrito por una persona PAIRED

El contraste entre la atención sanitaria de las afecciones de tipo orgánico en general y las relacionadas con la salud mental es preocupante. Intentaré explicar esta impresión que tengo lo mejor posible, habida cuenta de que lo hago desde el siguiente triple punto de vista: del profano en la materia, de padre de un joven con diagnosis de una enfermedad mental crónica y de usuario del servicio de la sanidad pública.

Los profesionales especializados en psiquiatría se encuentran en este momento, a mi parecer, guiados por un camino que sigue sin llevar, en la mayor parte de los casos graves, a cumplir el objetivo que sin duda tienen encomendado, cual es el cuidado, atención y mejora en la calidad de vida de sus pacientes, sin por ello poner en duda su preparación en general ni su profesionalidad. Esto no ocurre con el resto de las especialidades médicas, en las cuales los avances en los tratamientos de enfermedades tan graves como diferentes tipos de cánceres o del aparato circulatorio han sido y son tan espectaculares como eficaces.

En España a finales de los años 70 se reconvirtió la asistencia psiquiátrica y se difundieron versiones neoconservadoras de la locura auspiciadas por lo que se dio en llamar la Reforma Psiquiátrica y los programas de salud mental pública se convirtieron en una versión bastarda de pedagogía familiar. A las familias se les recuerda desde entonces su obligación de cuidar del enfermo, de modo que sea tratado en su hogar con las mismas técnicas conductuales que se utilizan en una institución psiquiátrica. Al mismo tiempo, se supervisa mensualmente al paciente en unos centros de salud mental absolutamente masificados a causa de la atención a malestares menores*. En el caso de nuestra comunidad, Ibiza, éste punto ha sido advertido por el responsable de Salud Mental, Dr. Lucas, en alguna intervención pública suya. De este modo, el tratamiento se reduce a la prescripción de unos psicofármacos (cuya tasa de beneficios económicos para la industria era inimaginable a finales de los años setenta) que en la mayor parte de las ocasiones quedan en la despensa familiar, sin que los destinatarios de los mismos hagan uso de ellos ya que, debido a la etiología de su enfermedad, el enfermo se resiste a su tratamiento.

En este punto es el que los psiquiatras se encuentran a menudo con las manos atadas: no pueden obligar a un enfermo a seguir un tratamiento si no es con una orden judicial que expresamente así lo imponga. Conseguirlo en la gran parte de las ocasiones supone iniciar una serie de acciones- por parte de la familia generalmente- que además de ser traumáticas para el paciente (el estrés generado debe ser similar al de sufrir un accidente grave de tráfico) sólo conducen a su internamiento temporal hasta que los profesionales consideran que la crisis causante se ha resuelto o ha rebajado su gravedad, con lo cual la atención sanitaria que reciben es discontinua, deficiente y traumatizante. Su deterioro es entonces más rápido, lo que conlleva un mayor sufrimiento tanto para el paciente –el porcentaje de suicidios sobrepasa el de la población general- como para los familiares.

Todavía no se ha escuchado a ningún político hablar de la urgente necesidad de que se promueva algún decreto ley que permita resolver este grave problema, pero tampoco los profesionales sanitarios parecen querer involucrarse en el tema, manifestar su opinión al respecto ni con los representantes o responsables públicos, ni mencionar esa necesidad a los familiares ni a las asociaciones de familiares de enfermos psíquicos.

Es en parte debido a ello que ninguna atención sanitaria sea comparablemente tan ineficaz ni tan incompleta como la que reciben nuestros enfermos psíquicos y no parece que las cosas vayan a cambiar. Además los presupuestos y proyectos dedicados a salud mental son insuficientes- y no me voy a referir a la comparación que se podría hacer con las inversiones realizadas por nuestras instituciones públicas en otro tipo de servicios- , son tardías y generalmente sólo son promovidas en época de elecciones.

En conclusión, pediría a todos los estamentos involucrados en el tema de la salud mental en España que meditasen sobre si puede establecerse algún protocolo de acción, diferente del actual, sobre el tratamiento, seguimiento y atención de las personas con diagnósticos de enfermedades psíquicas graves, de forma los afectados puedan ser atendidos con mayor frecuencia, de forma más eficaz y con un coste mínimo de sufrimiento para todos.

(*) "Egolatria", libro de Guillermo Rendueles Olmedo sobre el panorama de la siquiatria en España

Ibiza, 30 de diciembre de 2006

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